1994 era el año de la revancha priísta. Luego del descalabro sufrido en 1988, todo parecía indicar que el equipo tricolor había recuperado la cancha. El presidente Carlos Salinas de Gortari tenía un índice de aceptación envidiable, tan así que el eterno líder obrero, Fidel Velázquez se animó a declarar: "Salinas se merece todo, inclusive la reelección".
Sin embargo, ese último año salinista, en el que se esperaban grandes cosas para el PRI y para México terminó envuelto en sangre y en una tremenda crisis económica; y Carlos Salinas, "el hombre que sería rey" terminó convertido en el "villano favorito", en una caricatura de crucero que ha pasado los últimos quince años de su vida como un apestado en su propio país, aborrecido por muchos que en su momento lo idolatraron.
El pasado es prólogo, nos recuerda Oliver Stone en su película JFK, y para entender lo que pasó en un día como hoy hace exactamente quince años, hay que ver hacia atrás, para saber cómo este país soñó una vez más con la gloria, y se encontró con que su camino estaba lleno de sangre.
1976 fue el último año del gobierno de Luis Echeverría. El modelo económico que durante años había aplicado el Estado Mexicano para financiar su crecimiento se había agotado. El "Desarrollo Estabilizador" consistente en impulsar la industria mexicana, urbanizar al país, proteger la empresa nacional y resguardar el tipo de cambio logró que México creciera desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, para los años 60 el crecimiento de la población había dificultado la aplicación de las mismas medidas económicas, además de que el esplendor económico del país no había logrado eliminar el enorme problema histórico de México: la injusta distribución de la riqueza.
José López Portillo, el siguiente presidente, se consideraba a sí mismo como "la última oportunidad de la Revolución Mexicana". Ante el alza de precios y el desempleo que dejó el gobierno de Echeverría, intentó aplicar una rigurosa política económica controlando el gasto público. Sin embargo, el descubrimiento de inmensos yacimientos petroleros en el Golfo de México cambiaron el plan del presidente: si teníamos tanto dinero, había que gastarlo a manos llenas.
Y el gobierno empezó a invertir en todo tipo de empresas. Como alguna vez declaró Jesús Silva Herzog, poseía hasta un cabaret, que seguramente era el único negocio de su tipo en el mundo que perdía dinero en lugar de ganarlo.
El gasto público desmedido, la ineficiencia y la corrupción en el manejo de los recursos colaboraron a que una nueva crisis económica estallara a principios de los ochenta, cuando el precio del barril de petróleo se vino abajo y México se encontró literalmente quebrado. Fueron días en los que los dólares se vendían clandestinamente, y las marías en las calles ofrecían a los capitalinos algunos productos que era imposible encontrar en los supermercados, como shampoo, jabón y pasta de dientes.
Llegó un nuevo presidente, pero ahora con la intención de variar radicalmente el curso del país. Miguel de la Madrid era el primer miembro de una nueva generación que consideraba que México debía incluirse en una tendencia mundial que estaba teniendo éxito en Estados Unidos e Inglaterra, y que pronto se desbordaría por todo el planeta: el neoliberalismo.
Los años 70 vieron el fin del Estado Benefactor que nació luego de la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos de los países eran cada vez más grandes e ineficientes, por lo que el neoliberalismo proponía reducir el tamaño de los Estados liberando la economía y permitiendo que el mercado solucionara los problemas que sufría el planeta.
La libre circulación de mercancías crearía empleos y fortalecería a la clase media, con lo que los Estados ya no tendrían que resolverle todos sus problemas. Pero para lograrlo era necesario desaparecer las trabas comerciales, acabar con el proteccionismo y adelgazar a los Estados. Éstos debían convertirse en reguladores y coordinadores de una sociedad que ahora viviría bajo las reglas del libre mercado.
Miguel de la Madrid y su equipo de colaboradores empezaron a quitarle poderes al Estado Mexicano: en los años 80, México ingresó al GATT, con lo que los anaqueles de los supermercados empezaron a llenarse de productos extranjeros. Sin embargo, los problemas sociales eran enormes y no podían desaparecer en poco tiempo: el desempleo y la inflación crecieron, por lo que la sociedad empezó a favorecer a otras ofertas políticas en la búsqueda de una solución. Fue el momento en que el PAN empezó a crecer en el norte de México, ofreciendo a los electores gobiernos modernos, incorruptibles y democráticos.
Dentro del aparato priísta, no todos estaban convencidos de que las medidas tomadas por De la Madrid fueran convenientes. Para algunos, la apertura al exterior y el adelgazamiento del Estado sin antes solucionar los problemas sociales era una traición a los principios de la Revolución Mexicana. En 1987 un grupo de políticos priístas formó una Corriente Democrática que fue vista al interior del Partido como una indisciplina. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros abandonaron el PRI y crearon el Frente Democrático Nacional: una coalición de partidos que intentó llevar a Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la república.
Por su parte, el PRI impulsó a un candidato que representaba la renovación del partido, un joven funcionario hijo de una familia que había sido parte del sistema político durante décadas, y que se proponía continuar con las reformas que De la Madrid había empezado.
Carlos Salinas de Gortari pertenecía a la "generación tecnócrata", que presumía de haberse formado intelectualmente en Estados Unidos y que creía que México debía incluirse en la corriente globalizadora, consiguiendo algún tipo de acuerdo con el vecino del norte para incrementar el flujo de mercancías e inversiones entre los dos países.
Sin embargo, la elección de 1988 no fue nada sencilla. Salinas se enfrentó con un fortalecido Cuauhtémoc Cárdenas, quien contaba con el apoyo de diversos grupos políticos, algunos de ellos al interior del mismo PRI. Salinas y De la Madrid tuvieron que recurrir al apoyo del PAN (a pesar de las quejas del candidato blanquiazul, Manuel Clouthier) y a otras artimañas para ganar la presidencia.
Salinas comenzó débilmente su mandato, por lo que tuvo que enfocarse en acabar con sus adversarios políticos: la izquierda mexicana que se agrupó alrededor de Cuauhtémoc Cárdenas en un nuevo partido, el PRD, vivió un sexenio en la persecución. Joaquín Hernández Galicia, líder del síndicato petrolero y uno de los apoyos de Cárdenas, fue apresado por el ejército mexicano, acusado de tener una gran cantidad de armas en su casa, y pasó el sexenio salinista en una celda.
El nuevo presidente se dio cuenta de que necesitaba recuperar el apoyo de las bases que habían votado por Cárdenas en 1988; por lo que lanzó un enorme programa de asistencia popular llamado Solidaridad. Con un presupuesto de 2 mil millones de dólares anuales, Solidaridad trabajaba en conjunto con las comunidades más pobres y los gobiernos de los Estados para solucionar las necesidades más apremiantes de la población: caminos, agua, servicios de salud y empleos.
Gracias a Solidaridad, el PRI recobró los votos que perdió en 1988; durante las elecciones legislativas de 1991 obtuvo la mayoría con el 61.5%. Sin embargo, Solidaridad no fortalecía al PRI, sino a la Presidencia de la República, por lo que algunos lo vieron como un movimiento para crear un nuevo partido político en México.
En palabras de Lorenzo Meyer, Carlos Salinas, “usó a fondo los poderes del presidencialismo autoritario para recuperar legitimidad, acelerar los cambios económicos y rehacer la coalición gobernante, sin modificar de manera sustancial las formas políticas de gobernar, es decir, sin cambiar la naturaleza íntima del sistema, su autoritarismo”.
Salinas reformó la Constitución para cambiar el régimen legal agrario: lo que permitió que el ejido se privatizara. También reprivatizó la Banca, pero se la entregó a una nueva clase banquera, con la intención de que fueran aliados suyos; reanudó las relaciones con la Santa Sede y se deshizo de empresas estratégicas, como la telefonía.
El gran proyecto de su sexenio fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado con Estados Unidos y Canadá, lo que permitió que el intercambio comercial entre México y la Unión Americana creciera de 60 mil millones en 1991 a 250 mil millones en 1999, además de que fue el inicio de un cambio histórico en las relaciones entre los dos países. Si anteriormente la política mexicana consistía en alejarse lo más posible del vecino del norte, a partir del TLCAN está se transformó completamente.
Salinas llegó a 1993 con un alto índice de popularidad, pero no todo era positivo. El desempleo y la inflación eran cosa de todos los días en la vida mexicana, además de que, en su intento de fortalecer el poder del presidente, había debilitado a la institución, lo que permitió que otros grupos se hicieran cada vez más fuertes, como fue el caso del narcotráfico.
Los cárteles habían inyectado grandes recursos económicos desde el principio del gobierno de Miguel de la Madrid, aprovechando su asociación con los narcotraficantes colombianos. El asesinato de Enrique Camarena, un agente de la DEA en Guadalajara en 1985 tensó la relación con Estados Unidos y demostró que la droga ya era un problema para el Estado Mexicano.
En 1993, el arzobispo de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo fue asesinado en un tiroteo en el aeropuerto de esa ciudad. Aunque el gobierno de Salinas intentó hacer creer que la muerte de Posadas Ocampo había sido resultado de una confusión, lo cierto es que el narcotráfico volvió a mostrar su poder, el cual ya se extendía por el centro y el norte del país: Jalisco, Sinaloa, Chihuahua, y la ciudad fronteriza de Tijuana.
A finales de 1993, el PRI destapó a su candidato para la presidencia en el sexenio 1994-2000. El elegido fue un cercano colaborador de Salinas: Luis Donaldo Colosio. Egresado del Tec de Monterrey y de la Universidad de Pennsylvania, Colosio era Secretario de Desarrollo Social y antes fue presidente del PRI. A él le tocó reconocer el triunfo del PAN en las elecciones de Baja California en 1989, lo que desagradó a muchos priístas.
Colosio era visto como la continuación del Salinismo, lo que desagradó a muchos priístas, algunos de ellos miembros del grupo cercano a Carlos Salinas. Manuel Camacho Solís, colaborador del presidente y amigo suyo desde sus días de estudiante en la Facultad de Economía de la UNAM, se disgustó ante la designación de Colosio, ya que consideraba que él tenía mayores méritos para ser el sucesor de Salinas.
A este problema siguió la sublevación Zapatista en Chiapas el 1 de enero de 1994, el día en que tenía que entrar en vigor el TLCAN. Si bien su etapa meramente violenta duró pocos días, el surgimiento del Subcomandante Marcos en la escena política nacional, y el inteligente uso de los medios de comunicación nacionales y extranjeros permitió que el EZLN se convirtiera en un duro adversario de Carlos Salinas.
El problema zapatista, el alboroto causado por Manuel Camacho y el regreso de Cuauhtémoc Cárdenas a la carrera presidencial impidieron que la campaña colosista creciera. Los priístas no estaban convencidos de la pertinencia de su candidato. Además, Carlos Salinas no daba señales claras de querer detener las aspiraciones de Manuel Camacho.
Salinas tuvo que declarar explícitamente ante la cúpula priísta que Luis Donaldo Colosio era el candidato del partido, lo que en el enrevesado lenguaje político mexicano significaba que Colosio iba a sucederlo en la presidencia de la república.
Colosio mismo buscó alejarse de Salinas para construirse su propia imagen, por lo que el 6 de marzo de 1994 pronunció un discurso en el Monumento a la Revolución en el que hizo serias críticas al Gobierno de la República.
El 22 de ese mes, Manuel Camacho declaró ante la prensa que desistía de su empeño por ser el candidato del PRI a la presidencia. El problema con el EZLN continuaba, pero ya se habían realizado una serie de conversaciones entre la guerrilla zapatista y el gobierno federal (representado por Manuel Camacho), lo que permitía suponer que el conflicto no crecería, y que el proceso electoral se llevaría a cabo sin mayores alteraciones.
De ese modo, Luis Donaldo Colosio viajó a Tijuana el 23 de marzo de 1994, para hacer un mitin en Lomas Taurinas, uno de los lugares más pobres y peligrosos de esa ciudad. Llevaba tras de sí el peso de la historia mexicana, los problemas económicos y sociales, y el sueño de convertirse en el siguiente presidente de México. Lo que siguió cambió para siempre la vida nacional.